Galle y algunas playas del sur fueron nuestro destino para pasar los últimos días en Sri Lanka, en plan relajado.
Veníamos de la zona del Parque Nacional de Yala y nuestra primera parada fue en Talalla, un pequeño pueblo en el que aprovechamos para pasear por su playa y degustar la deliciosa comida ceilandesa. Aquí nos alojamos en el Talalla Freedom Resort, con una ubicación inmejorable, a pesar de las escaleras para llegar hasta él.



Para los siguientes dos días, nos acercamos hasta Unawatuna, donde establecimos nuestro campamento base para conocer los alrededores. Aquí dormimos en The Lodge Unawatuna, un oasis de tranquilidad y con una piscina maravillosa donde nos refrescábamos al volver de las excursiones. Para buscar otras opciones, es posible a través de booking.
Si no disponéis de transporte propio, podéis consultar en 12Go.asia para ver como llegar a todos estos lugares de los que estamos hablando, tanto las opciones de transporte público como privado.
Aprovechamos una de las mañanas para conocer Galle, una ciudad declarada patrimonio de la Humanidad en 1988 y con gran influencia portuguesa y británica, que queda de manifiesto en sus construcciones.


Es una ciudad muy tranquila, donde da gusto pasear. Llena de tiendas donde poder comprar recuerdos y de locales para comer o tomar algo.


Aquí nos tomaron una de nuestras fotos favoritas.

Por la tarde nos acercamos con una pareja cántabra con la que ya habíamos coincidido en Polannaruwa, hasta Jungle Beach. Delicioso el pescado fresco que preparan en su chiringuito.

El otro día que nos quedaba aquí, en principio, queríamos ir a bucear, pero al final decidimos quedarnos en la playa en plan relajado. Es posible tanto bucear como hacer snorkel con alguno de los centros que hay.
Está considerada una de las mejores playas del mundo. De aguas tranquilas y de color turquesa, es muy extensa. Protegida por una doble barrera de coral, a ella acuden anualmente tortugas a anidar.
Su fama ha hecho que poco a poco se fueran construyendo edificaciones cerca, lo que le quita parte de su encanto natural, pero aún así, todavía es posible disfrutar de su belleza de una manera más o menos tranquila. La mejor época es de octubre a marzo, aunque en julio, agosto y septiembre, también está bastante calmada.
Las dos noches que dormimos aquí, aprovechamos para cenar pescado fresco hecho a la brasa en un par de puestos de los muchos que ponían en la playa al anochecer.
Tocaba continuar camino. Poco a poco se acercaba el momento de devolver nuestro tuk tuk. Como anécdota, cuando apenas quedaban 10 kilómetros para llegar a nuestro siguiente alojamiento, donde habíamos pactado la entrega del vehículo, nos paró un policía alegando que íbamos demasiado deprisa (además seguro que tenía razón). Yo creo que al ver que éramos turistas, quiso sacar tajada y nos paró.
A mi directamente me ignoró y se puso a hablar a Jesús, que se hizo el tonto dando a entender que no comprendíamos nada de lo que estaba diciendo. Después de otra bronca porque no le seguimos cuando se fue a multar a un camión, nos dio por imposibles y nos dejó marchar. Toda mi preocupación durante ese rato fue pensar en cómo íbamos a pagar lo que nos pidiera, si en ese momento solo teníamos el equivalente a dos euros en efectivo. Menos mal que hacernos los tontos funcionó.
Así, después de este ratillo, seguimos hasta Sri Villas, y ya que era un regalo para Jesús, fue el lujo del viaje. Tres villas rodeadas de jardín, con una piscina enorme, frente al Índico y en una playa espectacular. Lo que no sabíamos era que, cada una de las Villas, tenía un mayordomo que se encargaba de que todo fuera a la perfección.


La playa era inmensa y prácticamente privada, ya que solo había otro pequeño alojamiento en la zona.


Una de las veces que nos metimos al mar, de repente, empezamos a oír gritos. Era nuestro mayordomo pidiéndonos que por favor saliéramos del agua. El pobre tenía miedo de que nos pasara algo, ya que a veces hay corrientes en esa zona.
Fueron un par de días de puro relax, en los que paseamos por los alrededores y nos acercamos a Bentota, que la verdad, no nos gustó mucho. Es una de las más populares de todo el país. Cerca de esta playa, hay un centro de protección y conservación de tortugas, el Sea Turtle Protection Association, donde se encargan de mantener a salvo las crías de tortuga hasta que, cuando ya son lo suficientemente adultas, las dejan en libertad en el mar. También se encargan de cuidar a las tortugas heridas y de evitar que los furtivos maten a los animales o roben sus huevos.


La verdad es que fue todo un acierto elegir las playas del sur y Galle como últimos destinos a conocer en el país, ya que así, pudimos estar más relajados y descansados antes de regresar a casa y a la cruda realidad de la vida cotidiana. El viaje tocaba a su fin y con mucha pena, tuvimos que despedirnos de Sri Lanka, que nos dejó un muy buen sabor de boca.
Maravilloso país, que no tenemos ninguna duda en recomendar.